Me dirijo hacia Los Patos. ¿Qué es Los Patos? No está claro, pero ciertamente no es una ciudad, una localidad, no llega a ser un barrio ni pueblucho. Los Patos es un lugar, que todavía no conozco pero es donde debo ir.
La ruta es mi camino. Por horas y horas manejo mi auto, con mucha tranquilidad. El sol radiante ilumina mi camino, y la vegetación, a cada momento más salvaje, escolta mi andar.
Llegado un punto, la ruta deja de ser ruta. El camino no es más que lo que uno piensa que es. El viaje está por terminar.
Unos cúmulos de excremento hacen de guías, emanan vapor, son recientes. Unos patos cruzan el camino, finalmente el viaje ha terminado.

Estaciono y desciendo. Al abandonar el auto, la luz del día me ciega, cómo si nunca hubiese estado ante la presencia de un escenario como éste y mis ojos no conocieran el verdadero sol, el que no filtran los humos de la ciudad. Cubriendo mis ojos con unos anteojos de sol y una de mis manos, avanzo.
Paso por la entrada de una casa, cuyas las paredes están hechas de naturaleza, imposible de determinar con exactitud. Dentro se encuentra un hombre, y un enjambre de panales de abejas. Sin entrar, saludo, sonriendo como quien sabe que está fuera de lugar pero intenta hacer ver lo contrario.
Sigo avanzando, sin poder ver mi camino, paso al lado de un árbol repleto de abejas. Una buena cantidad se abalanza sobre mí, por lo que, fingiendo tranquilidad de quien se enfrenta con ésto a diario, me tiro al piso y permanezco quieto, esperando que los atacantes desistan.
Me levanto y sigo, camino hasta llegar a un lugar oscuro, sin saber qué es lo que provee la oscuridad. Aún caminando a tientas, tropiezo con un arbol pequeño, de no más de medio metro de alto, con una copa esférica tupida de hojas verdes. Pateo suavemente su tronco, es resistente. De dentro de la casa se escucha una voz que, cual guía turístico o anfitrión amable, paternalmente me explica que ése árbol es la explicación del universo.
By Almejo